Nocturno ocho
Media decena de primos se reunieron para desyerbar la chila. El más chico de ocho años y el más grande de doce. Con sus azadones mochos y afilados, el reto era terminar antes del almuerzo para poder darse un chapuzón en la quebrada.
A media jornada, el ladrido intenso de los chuyos advirtió de la llegada de unos extraños.
El Papá con un sombrero tan desproporcionado que parecía un hongo, la mamá asida de una sombrilla y dos pequeñas niñas vestidas de sudadera y tenis. Parecían seres de otro mundo.
El pequeño guambito corrió a espantar los perros. Respondió a la gratitud de los visitantes con una sonrisa que dejaba ver sus dientes sarrosos y las pequeñas le correspondieron, con unas risas que enseñaron sus inmaculados incisivos.
Les ofreció sus callosas, sudadas y mugrientas manos y ellas las rechazaron.
La más pequeña afirmó: – Es un gamín.
El, registró en su memoria la nueva palabreja.
Abandonó su compromiso jornalero y se ofreció de guía a la familia citadina.
Como recompensa a dos horas de acompañamiento, recibió caramelos envueltos en papel celofán.
De regreso, tenía el dulce sabor de los caramelos en su boca, y en su alma, la dulce impresión de aquella bella niña, hermanita mayor de aquella otra que le dijera: «Parece un gamín».